Por: Juan Carlos Penagos Castañeda, enfermero con Magister en Gestión y Políticas en Salud, apasionado por su hijo y su familia.
El SARS-CoV-2, o también conocido como coronavirus, es el causante del síndrome respiratorio agudo severo, que se descubrió y se aisló por primera vez en Wuhan, China. Tiene un origen zoonótico, es decir, se transmitió de un huésped animal a uno humano; y cuya expansión mundial provocó la emergencia de COVID-19 desde el 11 de marzo del año 2020, fecha en la que la Organización Mundial de la Salud (OMS) hizo una declaratoria de pandemia por haber afectado a más de 200 países en al menos cuatro de los cinco continentes en el mundo en tan solo tres meses.
Hoy, alrededor de 430 días después, más de 161 millones de personas se han contagiado y poco más de 3.35 millones de personas han fallecido por esta nueva enfermedad, reportando una tasa de letalidad (fallecidos/total de enfermos) entre 2,5% y 4,5%, y con innumerables complicaciones en los sistemas de salud del cada país del mundo puesto que la severidad de este síndrome respiratorio es mucho más elevada en adultos mayores y población con ciertas características de morbilidad en donde la tasa de letalidad asciende hasta un 27%; o al menos en Colombia, y en donde las acciones más efectivas planteadas por los gobiernos fueron los aislamientos sociales obligatorios y el uso de elementos y acciones de bioseguridad sencillos como usar mascarillas, el lavado de manos y el distanciamiento físico y la vacunación, buscando generar con esto una disminución en el contagio y así mantener controlados los indicadores de predictibilidad que determinen un pico o una ola, indicadores como porcentaje de ocupación de las Unidades de Cuidados Intensivos disponibles, porcentaje de positividad de las pruebas, porcentaje de población de riesgo vacunada y cantidad de pruebas tomadas por día.
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Todas estas medidas de contención del riesgo, quizás ya un poco agotadoras, nos obligaron como comunidad a implementar cambios en muchos aspectos, cambiamos nuestro comportamiento, aprendimos a usar tapabocas, aprendimos términos epidemiológicos que jamás entenderíamos en otras circunstancias, aprendimos a trabajar y a estudiar desde nuestras casas de manera virtual, también reemplazamos encuentros físicos por reuniones virtuales y en muchos casos, aprendimos a cuidar de manera extrema a nuestros adultos mayores, padres, madres, abuelos y abuelas que con inmensa preocupación preferimos dejar aislados para evitar se contagien de COVID-19.
Pero como todo en la vida, esta pandemia tiene dos caras: La primera cara, la de aquellas personas que pueden quedarse en su casa y aislarse sin problema; y la otra cara, aquella población que sencillamente por sus condiciones socioeconómicas no puede dejar de salir a la calle y trabajar, y esto es un verdadero agravante ante la situación porque así como lo manifestó Richar Horton, editor jefe de la revista científica The Lancet al referirse a esta situación como una SINDEMIA, en donde de manera sinérgica con diferentes condiciones sociales, biológicos y económicos; hizo uso de la propuesta del modelo “sindémico” desarrollada en la década de 1990 por el antropólogo Merrill Singer para señalar que la COVID-19 se da más en ciertos grupos sociales dependiendo de patrones de desigualdad de nuestras sociedades. Por lo tanto, las medidas que se tomen deben ir necesariamente a equilibrar las condiciones de desigualdad, así como ir dirigidas a la interacción entre factores sociales y biomédicos. Horton insiste en que cambiar el término a sindemia es importante ya que “la consecuencia más importante de entender la COVID-19 como una sindemia es prestar atención a su origen social”. Y es con esta intención con la que se deben partir todas aquellas acciones de innovación y mitigación dirigidas a mejorar o solucionar estas desigualdades.
Y es así, como estamos empezando a conocer medidas de innovación en la atención en salud, mediante atenciones de teleconsultas o videoconsultas, llevando así las atenciones médicas a lugares donde no habían llegado antes, ya sea por distancia, dispersión o dificultad de desplazamiento. De igual manera los modelos de negocio de pagos electrónicos han mejorado ampliamente, facilitando la digitalización de las compras por internet. El acercar a la comunidad en general los pequeños negocios que, en su mayoría, surgieron más por necesidad ante la situación, pero que han ayudado al fortalecimiento de una pequeña parte de la economía informal pero que han ido en crecimiento. O también la industria del entretenimiento, que tuvo que reinventarse, y empezar a innovar en sus espectáculos en vivo mediante la red. Y así muchas más estrategias de innovación que se han desencadenado por la adaptación y resiliencia del ser humano. Sin embargo, aún estamos en mora de continuar prestando atención a ciertas necesidades de equidad ante el impacto de la COVID-19 en todas las sociedades, donde todos debemos tener la misma oportunidad de acceso y desarrollo de oportunidades.
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