Por David Esteban Angulo Toro, diseñador, apasionado por las historias y por el impacto social
Contar historias es algo tan cotidiano como relevante en nuestra forma de relacionarnos y entender el mundo. Continuamente aparecen eventos que contamos a otros: Chismes, anécdotas, chistes, sueños o sucesos. Muchos de estos eventos llegan a ser historias para transmitir a alguien más nuestras ideas, creencias y perspectiva del mundo. Generalmente nuestro punto de vista se sobrepone en el desarrollo de una conversación. Pero para el Storytelling, esto no debe ser así, al contrario, se busca la generación de conversaciones en las que no encontremos una satisfacción a nuestro ego, sino más bien un aprendizaje de la postura del “otro”.
Jorge Luis Borges, escritor argentino, mencionaba en conversación con Osvaldo Ferrari, en 1985, la importancia de tener buenos diálogos: “El diálogo tiene que ser una investigación y poco importa que la verdad salga de boca de uno o de boca de otro”. Conversar debería ser más un proceso de autoconocimiento y de reconocimiento de la realidad de otras personas, con el cual obtengamos nuevos criterios para comprender lo que nos rodea. Al aproximarnos a una historia, por ejemplo, tendremos múltiples voces interviniendo, a través de los personajes y de sus experiencias; un contexto delimitando las acciones, un deseo, una necesidad, una aspiración. Ahora bien, si tenemos la responsabilidad de crear estas historias, debemos situarnos en la posición de alguien más, obteniendo la mayor cantidad de detalles para comprender la multidimensionalidad de su realidad.
El Storytelling es aplicado comúnmente en desarrollo de identidades de marca, de historias de entretenimiento, de redacción publicitaria a fin de atraer a más personas hacia un producto, servicio o experiencia. Sin embargo, no se queda solo allí, sino que llega hasta la atracción comercial, pues la historia debe llegar a ser directa para impulsar una acción. Yo creo que las historias pueden impulsar el cambio, se pueden convertir en una herramienta catalizadora del mismo. Ya no es solo nuestra historia personal la que será contada, sino una historia general en la que emergen múltiples voces. En la diversidad de los relatos se encuentra “lo común”, un sentido de pertenencia hacia algo más grande. Quizá retando a abrir aún más el diálogo con actores frente a una misma situación que los define.
Creo que, al reconocernos en una narrativa común, podemos indagar cuál es nuestra posición en ella, cuestionar qué rol estamos teniendo y cuál será el poder de nuestro mensaje. La ética se convierte en un elemento transversal al momento de comunicar e informar. Al mismo tiempo, que el poder de las historias puede influir emocional y psicológicamente para obtener beneficios económicos, sin la “transparencia que requiere”, o quizá mintiéndonos a nosotros mismos. Si se buscan generar acciones, estas deberían ser sensatas, para que sean coherentes con nuestras creencias más profundas y sinceras como seres humanos. La responsabilidad permitiría construir lazos sólidos en las comunidades, prácticas sanas a nivel organizacional, crear confianza en un público y en la sociedad, a lo largo de un relato con un punto de vista compartido.
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