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El día a día en la innovación social

Por: Ana María Figueroa, internacionalista y politóloga apasionada por conocer otras realidades y aprender de ellas


El campo de la innovación social es algo que nunca se termina de entender. Para mí, la razón está en su misma naturaleza de constante construcción y su habilidad de reinventarse. Llegué a él por pura casualidad, cuando participé en una convocatoria sobre emprendimiento social. Aunque cada vez tiene más fuerza y el interés en ella ha aumentado, la innovación social aún no es un asunto fundamental en los currículos, especialmente si uno no estudia algo como administración de empresas. Aun así, incluirla en mi trabajo de grado me abrió las puertas de un mundo increíble que debía conocer, por lo que empecé a trabajar en una entidad dedicada al emprendimiento y a la innovación social.


Como es evidente, no estaba preparada para los retos que vendrían. Hoy puedo decir que no soy la misma persona que era al principio de este camino, no solo por la cantidad de herramientas y metodologías que he aprendido, sino por la persona en la que me he convertido. Hoy soy una profesional un poco más completa por experimentar lo que es “pensar fuera de la caja”, y más capaz, con más herramientas para resolver mis propios desafíos, con la oportunidad de haber conocido realidades totalmente diferentes a la mía y con un día a día lleno de nuevos descubrimientos.


En la oficina constantemente tenemos la discusión sobre qué es innovación. Los argumentos van desde la simple introducción de una novedad en algo ya existente hasta la novedad que cambia radicalmente ese algo afin de mejorarlo. El punto en común lo hemos encontrado en la necesidad de que ese cambio esté al servicio o en función de resolver un problema social o ambiental. ¿Acaso es justo con el mundo que estemos usando nuestra capacidad creativa para el beneficio de unos pocos a costa del bienestar de otros o la destrucción de nuestro planeta?


Con cada uno de los desafíos de innovación abierta que lanzamos, vemos la increíble capacidad humana de crear, inventar, pensar y repensar el mundo. Con cada problema, y desde lo más sencillo, pueden aparecer infinidad de soluciones. Una red de mujeres avicultoras que producen huevos de gallinas libres o un sistema de medición del campo, que además conecta directamente a los agricultores con grandes compradores, son iniciativas con un impacto inimaginable. Por eso, poder facilitar y apoyar esas ideas es realmente gratificante.


Lo increíble de la innovación social es que no debemos renunciar a nuestros trabajos para dedicarnos a emprender, por ejemplo. Al contrario, en mi día a día me he dado cuenta que todos podemos aportar desde lo que sabemos o incluso desde lo que tenemos la voluntad de hacer, así nos toque aprender. No es necesario ser un emprendedor social o un experto en innovación social para promover un cambio, pues este tipo de dinámicas necesita de muchas personas colaborando desde distintos puntos de vista y disciplinas, y así es como realmente se logran avances disruptivos.


Sin embargo, a pesar de aprender siempre algo nuevo, de estar motivada y trabajar constantemente para aportar algo, nada funciona si no entendemos y adoptamos la colaboración como el corazón de la innovación social. Este campo necesita de una cuota de humildad, empatía y buena onda para que su curso y genere un verdadero impacto, especialmente en este momento en que el mundo necesita adoptar nuevas formas de enfrentar los retos y crear soluciones.

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